EL QUE AÑORA
Ahí estaba sólo
e insuficiente cómo cada vez que alguien le abandonaba. Pero hoy había algo
diferente, la marca que ella había dejado parecía tan profunda cuál abismo en
dónde no se ve o se escucha el fondo, únicamente se distingue lo negro de lo
profundo y se escucha lo silente de la nada.
Por las mañanas
ya no se le veía a aquél individuo que presuroso digiriese a trabajar, o riendo
al medio día regresaba a comer. Tampoco por la noche se observaba ninguna luz,
algún sonido en lo que, más que su hogar parecía ya su guarida.
Un día después
de varias semanas de ínfimas señales de vida, comenzó una rutina matutina muy
peculiar. Al filo de las 5 de la mañana, se le veía salir de su casa con
destino al mercado. A su regreso se alcanzaban a ver algunas verduras y especias,
así por 4 días, al llegar prendía un pequeño horno de leña y en una olla
cocinaba algo que realmente disfrutaba.
El
acontecimiento fue tomando mayor rareza cuándo él, parecía, al cabo de algunos días,
diferente, pero era una diferencia atroz, él se encontraba deteriorado, opaco,
desdibujado y comenzaban a faltarle partes, sí, partes de su mente claro está,
pero también de su cuerpo, una mano, un ojo, su color de piel, -estaba tan
pálido- y con el tiempo parecía faltarle el corazón y el alma.
Confesemos que
el olor de la comida era exquisito, algo que al menos, en los alrededores, no
tenía comparación. Pasados los cuatro días y así un par más de ellos, llegó con
aquella, ésa que le había significado la cicatriz intratable y por la que no
salió durante meses. Ella era una bella mujer, refinada, muy educada, amable,
muy sonriente. Él, ya no era nada de lo que ella había conocido, tal vez aceptó
la invitación más por miedo o lástima que por ánimo de verle. Al cabo de un par
de horas sin saber más nada, se escuchó
un grito desgarrador, y tras éste la mujer corría, no, huía de la casa en la cual
había ingresado por cuenta propia.
Nadie tuvo valor
para entrar a la casa, sobretodo porque él no salía, ni un cabello se asomaba.
Y, entonces, sólo los oficiales que recibieron una llamada fueron capaces de
entrar, nada encontraron, sólo un ser inerte, frío, pálido y sonriente, en la
mesa frente a él, cuatro platillos detalladamente decorados y el olor era cuál
manjar de dioses, pero el ingrediente principal...
Te sirvo de entrada
mi mano como un rasgo de primer contacto, por ella te conocí sin ella jamás te
habría saludado -ojala la hubiera cortado antes de ti- y que voluntariamente te hizo el último de mis
detalles, y al centro de ésta ensalada está, ya que tantas veces te acaricio. Palpo
tu cuerpo y tu ser, ya es tuya devórala, como mi odio lo ha hecho conmigo....
No comas
demasiado, aquí un delicioso caldo hecho con el jugo de mi mirada, acompañado
del color de mis pupilas, para que interiorices lo que yo veía en ti, ya que
hoy ni yo mismo lo entiendo, el glóbulo ocular es jugoso y un poco duro, déjalo
para el final o acompáñalo con el plato fuerte qué a continuación pongo frente
a ti, lenguado de frases y palabras exclusivas hacía ti, con verdolagas, es un
poco picante, cómo las ocurrencias que tantas veces te hicieran reír, suspirar
y también, ¿por qué no?, llorar, dime que sabor tiene la lengua de un amante
que te disfruto en palabras, en gusto, en besos y pensamientos, ya que yo la he
perdido por ti, nada más pude decir, sólo tú nombre y justo ahí, me la arranqué,
para que fuera lo último que pronunciara y solo tú me dijeras lo que habría que
decir de nosotros.
Pareces,
sorprendida, algo asustada, ten algo dulce para terminar, el postre será lo más
fresco de la cena, justo aquí y ahora, mientras lees el menú en tus manos, te
sugiero voltees tu mirada hacía mí, estoy a punto de terminar lo que he llamado
amor flotante, y, a ésta soda con helado de limón solo le falta el palpitar de
mi ser, ese músculo que da vida y que se enamoró tantas veces de tantas otras,
pero sólo a ti te amo, solo tu mereces beberte el carmín qué bombeaba con el
dulce sabor de la soda, y mordisquearlo para que detenga su continuo latido.
Soy esas partes del discurso que letra a letra vas recorriendo, y también las
que has comido a excepción seguro es, del postre que tuve que servirte al
final, no sólo de la cena, sino también de mi existir, que se acabó, el día que
me dejaste, aquél día me volví un no muerto o un muerto viviente no sé, ni me
interesa, pues seguramente, quién quiera que seas, aquél o aquélla que termina
estás últimas líneas yo ya perecí y yazco en un charco de mi propia sangre, con
mi mano en el pecho, tuerto, sin lengua, mutilado, pálido como la luna sobre
nosotros, y sonriendo, sépanlo: morí alegre, feliz de saber qué todo lo que
añoré me fue dado y lo que amé, fue amado hasta mi muerte.
Angelo Mikael
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